Carmen Mola y la literatura «fast food»

Como cualquier producto mediático promocionado por esos inmensos emporios «culturales» sin el menor interés por el arte, los libros de una enigmática escritora de nombre Carmen Mola supusieron un éxito de ventas apabullante, seduciendo a miles de lectores poco exigentes con nulo criterio literario pero ávidos de bestsellers de fácil consumo y sobre todo adictivos. Sus obras pertenecen a esos éxitos editoriales sin más pretensión que entretener al gran público, que es lo que la industria persigue con este tipo de fast food a modo de novelas (igual ocurre en la música, con todo tipo de mediocridades copando los números uno de todas las listas y premios). No sólo eso, la supuesta escritora se coló igualmente en las listas de «libros en apoyo a la literatura echa por escritoras» o directamente en «lecturas feministas» (como si la literatura entendiera de sexos; como si la esencia estética de cualquier obra tuviera algo que ver con el género, raza o religión de quien escribe…). Pues bien, con el goloso caramelo que suponía «ganar» el infame Premio Planeta, nada más y nada menos que un millón de euros, los tres autores que estaban detrás de Carmen Mola no tuvieron más remedio que salir del anonimato para recoger el premio que Planeta les ofrecía, sabedora la editorial del tirón del nombre, ahora pseudónimo.

Novelas escritas a tres manos, con tres visiones diferentes sobre la literatura (si es que lo que hacen puede definirse como tal) y con percepciones «artísticas» distintas. ¿Qué puede salir de algo así? Una abominación, porque  un escritor o escritora debe ser dueño absoluto de su creación, no atender a nada que no sea su mundo interior, su forma de percepción emocional y la manera de reinventarla, de erigir una ficción aún más elevada que la propia realidad. De eso va la literatura y de eso va el arte. Imaginemos por un momento si el Quijote hubiera tenido un coautor o más… La novela más inmensa jamás concebida hubiera sido un absoluto desastre porque el genio, la inventiva y la maestría de Miguel de Cervantes no hubieran cristalizado como lo hicieron, su revolución novelística no se hubiera dado porque fueron su mente e imaginación únicas las que parieron la novela perfecta, que jamás será igualada y por supuesto nunca superada.

Tres escritores, o dos, o los que sean, no pueden aunar en una misma obra sus distintas formas de novelar a menos, claro, que no sean escritores, como es el caso. Porque escribir, juntar palabras, no le convierte a uno en escritor. Cualquier artista verdadero posee en sí mismo, en primer lugar, una visión y forma de expresión únicas, y en segundo, una interpretación propia del arte, que será su forma de transmisión. Carmen Mola representa todo lo que es la industria del libro, una concepción capitalista, y por lo tanto obscena y grotesca, del arte, que sacrifica lo realmente valioso en pos de la acumulación de riqueza (igual que el Capitalismo, que explota a la clase obrera buscando sólo el aumento del capital de las clases burguesas). Es la realidad actual del arte y del mundo en general. Todo atiende a la búsqueda de fortuna, de éxito, de estar en boca de todos, y para ello se elaboran productos orientados a la satisfacción fácil de cuanto más público mejor, que consume novelas, canciones o películas como quien come un McDonald´s.

Carmen Mola no fue un pseudónimo como muchos otros escritores han usado antes, este fue sabiendo que ahora hay una especie de moda que trata sobre leer a escritoras (no, ser mujer no implica ser mejor escritora ni ser hombre tampoco, y el género del o la artista no debería mirarse en ningún momento a la hora de valorar o elegir una obra) y que el gancho estaba garantizado. No había lista de recomendaciones «feministas» que no la incluyeran, por lo tanto lo que buscaban estos tipos era vender más haciéndose pasar por mujer (y no, nada que ver con que las hermanas Brontë firmaran como hombres, en aquella época casi no quedaba más remedio, desgraciadamente). Aquí de lo que se trata es de ganar pasta, y este fenómeno ejemplifica a la perfección justo eso, que se usa algo tan sagrado, tan elevado, como es el arte, para que los más listos del lugar se forren. Y se hacen llamar «escritores». Ver para creer.

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