Lo que me entristece

A veces uno desea vivir ajeno, en la ignorancia, en el no saber y no conocer; o ser insensible, no ser testigo, ser inmune a una realidad despiadada que parece estar diseñada para ensañarse con los más débiles, con los nobles, con los justos, con los espíritus más puros para machacarlos sin misericordia. Asistir a la injusticia, por ejemplo, causa una sensación de rabia a la vez que de impotencia porque casi nunca es aleatoria, no es azarosa, nada hay en ella de fortuito, está dirigida casi siempre hacia los mismos, se ensaña y destruye a quienes normalmente no pueden repelerla. El ser humano ha confeccionado un mundo para que esto sea así y de ninguna manera pueda cambiar. Lo vemos en las guerras, la hambrunas, la pobreza, la desigualdad, la falta de oportunidades… todas esas desoladoras injusticias son lo habitual en un sistema global que parece preparado para perpetuar toda desgracia en los que por norma viven sufriendo, no en otros (precisamente son éstos, los otros, los causantes de tales injusticas).

Me entristece ver la destrucción de Siria, de Yemen, de Irak, de Palestina, de Libia… sólo por los espurios intereses de los países dominantes; el expolio en África para la apropiación ilegítima de los recursos que podrían sacar de la miseria millones de personas que de nada tienen culpa y además son los legítimos dueños de todo eso; los genocidios que a lo largo de la historia ha propiciado el ser humano provocando sufrimientos como jamás nos podremos imaginar… Y sin embargo vivimos ajenos a todo ello porque todas esas injusticias, todos esos crímenes y atrocidades nos son ajenos, son remotos, no nos afectan porque los tomamos con ficciones que pasan por la tele y que de ninguna forma pueden dañarnos. Es la falta de humanidad y empatía como aberrante deformidad del alma humana.

Qué triste es ver la mentira como moneda de cambio, la hipocresía como visado hacia el éxito, la codicia como valor humano preeminente. La naturaleza del ser humano entregada a la maldad, al sadismo, al odio. Ver cómo destruimos todo lo que tocamos y pisamos sin darnos cuenta de que todo ese mal es en perjuicio propio.

Tristeza por un mundo ya finado y asfixiado bajo toneladas de plástico, gases tóxicos y contaminantes. Por asistir a la destrucción de lo más bello que nos da la naturaleza, los bosques, los animales, los hielos, los mares. Ver la destrucción de los más hermosos paraísos que puedan ver nuestros ojos. Contemplar el goce con el sufrimiento animal de mentes sádicas sedientas de tortura y sangre, asesinando únicamente como diversión o morbo o perversión reprimida.

Me entristece asistir al maltrato ajeno, al abuso, a las muestras de poder sobre otras personas y a la indiferencia o equidistancia ante ello. Saber de quienes se consideran superiores por su posición social, recursos o cuenta de crédito; o por su raza o su religión o su jodido color de piel.

Triste es ver cómo la vida se escapa como agua entre las manos, sin darnos cuenta de que el tiempo pasa y que es irreversible; ver que no aprovechamos los momentos o los instantes o las oportunidades, todo eso que ya no volverá por ser pasado y ya sólo recuerdo; que la palabra no dicha no podrá ser retomada, ni el acto omitido ni tampoco la oportunidad perdida.

Tristeza por ver las arrugas en el rostro de mis padres; por saber que jamás podré agradecerles como se merecen su incansable abnegación, su inagotable cariño, su incondicional amor, sus manos siempre tendidas. Dolor por saber que llegará un momento en el que su ausencia sustituirá a su presencia, que su senescente recuerdo será lo único en lo que encontrar consuelo en su falta, que evocarán recuerdos en la memoria que reconfortarán pero también se añorarán; que lamentaré no haber sentido o compartido o vivido muchos más momentos a su lado.

Me entristece ver cómo lo imaginado o lo esperado o lo deseado tiempo atrás no existe hoy, que no se cumplió ni se consiguió porque la vida es caprichosa, que cierra muchas puertas y pocas ventanas abre, pero es así y no queda otra que seguir, porque es lo que nos queda, qué otra cosa podemos hacer sino mirar al horizonte e intentar alcanzar al menos algo de lo quizá vanamente pretendido. De eso se trata todo esto, digo yo.