Estrellitas literarias

Cualquiera que aprecie un poco la literatura y el arte en general sabrá de la terrible situación y la acuciante inanidad que sufren las letras en este erial cultural que es España. No hay que rascar mucho para darse cuenta de que todos esos escritores que gozan del respaldo de crítica y público no copan las listas de éxitos por sus méritos estéticos a la hora de escribir y armar una obra literaria solvente, sino porque están apadrinados por una poderosa industria con una legión de críticos a sueldo capaces de convencer a los inocentes lectores de que cualquier mediocridad es una obra maestra sin parangón. Porque en la «élite literaria» española se ha instalado una forma de entender la literatura desde una visión empresarial, en la que el fin último es vender a toda costa aunque para ello se tenga que echar mano de escritores a todas luces incapaces de ofrecer algo medianamente valioso pero que tengan la habilidad de colmar la expectativas de cuantos más lectores mejor. Y para ello hay que conformar una mentalidad no muy exigente en los potenciales lectores y por supuesto poner en el mercado obras de nulo calado artístico pero de gran tirón comercial, aparte de tener en nómina a un gran número de críticos que desde los mass media pregonen las inexistentes genialidades de esos escritores.

¿Pero qué lleva a alguien a querer escribir, ser publicado por grandes editoriales, ganar premios literarios y copar portadas en los suplementos culturales de grandes medios? Para los advenedizos escritores es una especie de emulación, un deseo irrefenable de sentirse importante, ser un Pérez Reverte o un Ruiz Zafón. Y saben que para eso lo único que tienen que hacer es adaptarse a ese medio y a lo que éste exige. Es una selección natural en la que sólo los mejor dotados o adaptados prosperan porque se amoldan a lo demandado. Ser estrellas del firmamento literario es el fin último; hacer de la literatura una profesión y ganar mucha pasta como todos esos «eminentes» literatos de grandes ventas. Ser capaz de levantar una obra medianamente decente es lo de menos, alcanzar un mínimo de apostura estética no importa. ¿O acaso las novelitas ganadoras de premios planetas, nadales o azorines escritas por famosillos son poseedoras de algún valor estético? Para lograr alcanzar el éxito sólo hay que actuar como en casi cualquier faceta de la vida, o te adaptas o jamás llegarás a nada.

Y es curioso lo de muchos escritores actuales, sobre todo en los que se empiezan a abrir paso en la industria, porque su concepto de literatura no es que esté errado o distorsionado o malinterpretado, es que directamente no existe. Hace poco leía una penosa entrevista a una joven poeta, una tal Luna Miguel, a la que sólo conocía por menciones en redes sociales. Me pareció algo absolutamente demencial, a falta de una palabra más precisa. Empezando por el titular que ya dejaba claro la percepción de la literatura que tiene esta mujer: «Bad Bunny es literatura». Leyendo esto ya dan ganas de no querer saber más de ella, pero es que la entrevista completa dice mucho del concepto literario no sólo de ella, sino de muchos de los siguen su estela (al parecer es editora y «descrubre» talentos nuevos…). Desde luego la humildad parece que no es lo suyo, porque claro, lleva 10 años escribiendo (increíble…) y reclama que se la considere una senior (?) del mundillo y que desde luego no se la insulte llamándola «poetisa pequeñaja» porque es muy muy machista y ella es activista feminista (esto tiene que dejarlo claro para que sepamos lo moderna y comprometida que es). La entrevista es un despropósito mayúsculo; entre soflamas pseudofeministas y golpes de impostado proguerío al final no se habla de nada en tono literario, cosa que no extraña en absoluto. Para concluir, dice la siguiente lindeza que pone de manifiesto que tanta soflama feminista y compromiso con la igualdad es pura y mera pose:

«Pues mire, llevo todo el año obsesionada con el disco de Bad Bunny. No me interesa tanto el supuesto feminismo de ‘Ella perrea sola’, sino lo que tiene que ver con sexo, los celos, la pasión. Bad Bunny es literatura, porque emociona como un artefacto literario. ¿Que es machista? Puede, pero cuánta literatura es machista. Bunny, además de ponerme cachonda, me ha servido para afilar mi educación sentimental.»

Dejando a un lado el preciso retrato de sí misma que hace en esta afirmación (y que es mejor no comentar), aparte de la tontería sin pies ni cabeza que es, podemos observar el concepto de literatura que hoy en día está instalado en la conciencia colectiva de los «nuevos talentos». Todas estas voces tienen su altavoz en los grandes medios, es lo que desde los suplementos culturales se publicita, se muestra como valioso y por lo tanto recomendado como literatura de gran calibre. La concepción literaria está tan devaluada que en este caso se llega a comparar con un movimiento musical tan soez, machista y mezquino como es el reguetón. Desde luego es el inmenso ego lo que puede llevar a alguien a decir una barbaridad así y pretender pasar por persona de inmensa sabiduría literaria. Pero para ser una estrella hay que dar titulares, hacerse notar, saber pulsar la tecla que te postule como posible fenómeno de masas y llame la atención de los popes de la industria. No falla. En este caso esta mujer se engalana con un halo feminista y activismo por los derechos de las mujeres para mostrarse de una determinada manera ante su público y así ofrecer una imagen moderna y comprometida, que eso vende muy bien estos días. Lo importante es destacar, la literatura es lo de menos. El estrellato sólo entiende de beneficio y seguidores, el cómo y a costa de qué es lo de menos.

Viendo el modo de pensar y la visión sobre literatura y arte que tienen estas nuevas generaciones el panorama futuro se presenta aún peor que el presente. Seguiremos durante años asistiendo al enaltecimiento de la literatura más pobre pero muy ruidosa, esa que sólo busca grandes ventas y desoye su carácter eminentemente artístico porque se entrega al mercado, al éxito, a la popularidad, y eso, desde luego, dista mucho del fin último de todo arte.

 

 

 

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